A ella siempre le desesperó el ritmo que marcaba el segundero del reloj, el tic tac incansable la sumía en un nerviosismo agónico... Como si todo por lo que habían luchado se le escurriese entre sus manos, su arena, su tiempo.
Sin embargo su tiempo marcado por los latidos del corazón que oía cuando dormía sobre su pecho, le regalaba la calma y el sosiego que su intranquilo espíritu le arrebataba.
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